El impacto de la pobreza energética en la salud se distribuye de manera desigual entre grupos de población, es decir, ante una misma situación de vulnerabilidad energética, ser de clase social baja, de más edad, mujer o de origen inmigrante puede empeorar -la.  Más aún si, alguno de estos ejes de desigualdad interacciona.  En la pobreza energética, encontramos algunos factores estrechamente relacionados con las personas mayores, que pueden ser agravantes de esta problemática y más si se trata de una mujer, grande, y de clase social desfavorecida.

Las personas mayores presentan mayor susceptibilidad a la exposición de temperaturas frías y las humedades en el interior de la vivienda, por ejemplo agravando problemas circulatorios, respiratorios, artritis y reumatismos.  Las personas mayores no sólo son más susceptibles, las mujeres mayores, también suelen ser las que pasan más tiempo en casa, por aquello de que el espacio público es de hombres y el espacio doméstico es de mujeres, y por lo tanto se ven más expuestas.  De lo contrario, es una población que sufre más el estigma del recibos impagados, dando preferencia al pago de la factura energética por delante de otras necesidades básicas, como la alimentación.  El dilema de comer o calentarse puede derivar en descompensaciones alimentarias o agravar los casos de diabetes.  O peor, accidentes domésticos como incendios por la adopción de comportamientos de riesgo para ahorrar recursos, como utilizar estufas de leña inadecuadas, o caídas por falta de iluminación derivado del uso de velas.

Fuente: artículo de Juli Carrere en social.cat

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