Tengo casi 90 años. Hace 4 meses y medio que estoy confinado. Me dejaron salir de la residencia durante una hora hace un mes, pero solo pude hacerlo unos pocos días. Luego, de nuevo, lo prohibieron. Para protegernos.
Pero tengo suerte. Estoy bien cuidado, físicamente solo tengo fastidiada la columna, que hace que me duela a ratos. De la cabeza, sin embargo, estoy bastante bien.
A principios de marzo, realicé unas pruebas para un estudio de la ‘fisio’ del centro. Me predijeron una esperanza de vida de unos 4,5 años. Está muy bien porque fue uno de los mejores resultados. Eso significa que, si se cumple, más del 8% de lo que me queda de vida la he pasado aquí, en la residencia. Confinado. A mi compañero de habitación le salió peor, dos años. Es mayor que yo, tiene 94 años. Él se habría pasado encerrado el 20% de su esperanza de vida. Esta semana hemos repetido las pruebas. Parece que no poder continuar con los paseos matutinos o las salidas con algún familiar ha provocado que los datos estén peor. El mío ha disminuido casi un 50%. Vaya, resulta que yo también he perdido un 20% de mi vida futura confinado, como mi compañero. El problema es que a todos y todas nos ha pasado lo mismo. ¡Ay, el confinamiento! Por nuestra protección.
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