Religiosa y presidenta de la Fundación Roure
Luz Delàs (Barcelona, 1944) conoce palmo a palmo las calles de Ciutat Vella de Barcelona. Esta religiosa, que destila ilusión y optimismo, conoce de muy cerca las dificultades con las que se encuentran algunos de los vecinos de la parte antigua de la ciudad, la mayoría personas mayores que se encuentran solas o que tienen que afrontar problemas económicos y sociales. Es presidenta de la Fundación Roure, entidad que desde su sede de la calle de los Ciegos de Sant Cugat, atiende necesidades básicas de la gente mayor y de familias.
¿Qué os cautivó de las personas mayores?
Son las personas con más sabiduría que yo he conocido. Siempre he escuchado a la gente mayor, incluso cuando era pequeña. Viví en casa con una abuela que para mí era un referente, la persona fiel, que siempre era capaz de preservar mis confidencias. Esto fue un primer impacto. ¡Después he tenido tantos otros! En esta etapa de la vida he conocido gente mayor de la mano de la que ahora es la Fundación Roure.
La sabiduría pero no siempre va vinculada con la formación.
¡Evidentemente! La sabiduría es aquello que te hace resiliente, es ver que todo cambia y que hay que adaptarse, es saber discernir el bien del mal, son criterios que dan bienestar, felicidad, serenidad y dejar de banda los criterios que te llevan a reacciones de venganzas y trampas. Es saber vivir en una zona donde las cosas recuperan la humanidad y esto solo lo haremos de la mano de los niños pequeños y de la mano de las personas mayores.
De todos modos, socialmente en muchos casos a las personas mayores se las sigue apartando.
¡Y tanto! La gente mayor sigue arrinconada en este mundo global. En otras culturas la gente mayor tiene un gran valor. En África, por ejemplo, han conservado la autoridad moral porque se los reconoce como fuente de sabiduría. En cambio, en el mundo tecnificado en el que vivimos hoy, el valor es la tecnología, ser joven, aunque sea disfrazándote.
¿Y cómo cambiar esta visión que se tiene de la vejez?
Esto pasará, porque estoy convencida que a quien finalmente se dará valor es a las personas, tengan la edad que tengan, porque somos muchos: organizaciones, entidades, las que estamos luchando y actuando para hacer un mundo más humano. Estamos en una época en la que se empiezan a ver muchos brotes verdes.
¿A qué se refiere cuando habla de brotes verdes?
Toda dificultad es una oportunidad, las dificultades son aquel baño de realismo que te impulsa a buscar aquel desatascador que te abre a una nueva oportunidad. El maltrato a la gente mayor es aterrador. Esto es un dato que tenemos que tener en cuenta, pero enseguida encuentras una oportunidad: que es la de luchar contra esta situación. Nos vamos uniendo cada vez más todos aquellos que podemos y queremos luchar contra esta deshumanización.
¿Y qué otras situaciones hay que son esperanzadoras?
Antes, había muchos campanarios de entidades que trabajaban para mejorar la vida de las personas. Ahora estamos en una época en la que hay la fortaleza que cada entidad trabaja en lo que mejor sabe hacer, pero lo hacemos de manera más unida y coordinada. Junto a esta unión hay el inmenso brote verde que es el de la generosidad, la de empresas y personas que ayudan y traen dinero y colaboran con estas entidades, por ejemplo haciendo voluntariado.
La crisis económica pero parece haber acelerado los problemas para muchas personas mayores.
Es verdad, no hemos podido dar un giro y han aparecido nuevas capas de pobreza. Cuando se llama que la crisis ha acabado, quizás es por algunas empresas y personas, pero la pobreza ha llegado a nuevas capas de la sociedad. Hay gente mayor que se ha quedado en una situación muy precaria. Hemos asistido a situaciones insólitas hace años como la de ver por la calle a una señora que te dice que no puede volver a su casa porque hay gente que se ha metido dentro.
¿Ha aumentado esta indefensión de las personas mayores?
Está claro. Hay aspectos de la pobreza que no teníamos antes. La vivienda es algo flagrante. En esta parte de Barcelona tenemos pisos ocupados, desahucios, viviendas viejas que no tienen ascensores. Hay pisos muy antiguos y conocemos gente que hace 15 o 20 años que no sale a la calle. Se necesitan nuevos servicios, aquí han quedado muchas personas mayores solas.
¿La presión turística todavía lo pone más difícil?
La presión turística no expulsa a la gente mayor, sino que hace que podamos encontrar más lugares de trabajo para la gente joven. En Ciutat Vella vivimos del turismo y quien no lo quiera ver es que se tapa los ojos. Es verdad que es más incómodo y que hay empresas inversoras extranjeras que compran viviendas antiguas y los ponen a precios astronómicos. Esto se tiene que regular. Pero estigmatizar el turismo está haciendo mucho mal en las clases sencillas. ¿Cuántas personas han necesitado del turismo para poder trabajar? Ocupémonos de la reforma laboral, que no se explote a los trabajadores, pero no expulsamos aquello que es fuente de riqueza.
¿Cómo hacer frente a los problemas de vivienda?
La Administración es prisionera de la burocracia que ella misma crea. Los permisos, las normas, las ventanas a las que tenemos que ir a pedir cualquier cosa. Pasan días, semanas, meses y años, y este tema es un camino para mejorar. Hay que acortar la burocracia administrativa y también el ritmo de la justicia. La gente mayor se nos muere antes de que haya una Ley de la dependencia reconocida o que le devuelvan lo que es suyo. ¿Cuántas respuestas y ayudas nos llegan cuando la persona ya ha muerto? Para la gente mayor el tiempo es importantísimo.
Desde la Fundación Roure ¿cómo ayudan a personas mayores en situación de dependencia?
Desde la Fundación Roure nos han llegado llamadas del Centro de Atención Primaria avisando de personas mayores en situación de final de vida, que han salido del hospital y que no tienen nadie que se ocupe. Tenemos un programa, denominado A la cabecera del enfermo, que cuenta con un grupo de voluntarios que se encarga de acompañar a estas personas hasta que mueren. También tenemos un servicio de Atención Domiciliaria para ayudar a la persona mayor a hacer los trabajos de casa, rellenar la nevera, hacerle compañía…
¿La muerte y la vejez es un tabú?
A pesar de que no se quiere hablar, la muerte es la realidad más cierta que tenemos, pero siempre huimos de ella. Es una oportunidad para reconciliarse y esto nos llega a todos, a los pobres, a los ricos, a los que tienen y a los que no tienen. ¿Qué hacemos de espaldas a esta realidad? ¿Por qué no podemos hablar más? Con la muerte nos hacemos solidarios, ¿pero que aprendemos? Es una oportunidad. Es otro brote verde.
¿Cómo podemos convertir la inmigración en una gran oportunidad?
A la Fundación Roure tenemos un servicio en los domicilios, dirigida a personas que no pueden pagarse una cuidadora o una persona de la limpieza. Para hacer este trabajo buscamos auxiliares del hogar, mayoritariamente mujeres muchas de ellas inmigrantes que vienen de culturas donde se cuida muy bien a las personas mayores. Les hacemos contrato y las formamos. Este trabajo crea un vínculo afectivo entre la persona que es cuidada y la cuidadora. ¡Aquí hay una cantidad de humanidad en juego!
¿Cómo es hoy Ciutat Vella?
Es un barrio históricamente potente, pero también es un lugar muy degradado, hay empresas que venden de fuera, compran pisos, los rehabilitan y hacen una gran especulación. La realidad es que hay muchas personas que viven del hurto, especialmente a la gente mayor y a los turistas. Lo intentamos parar un poco aunque nos es difícil. Aparecen nuevas realidades, como por ejemplo la eclosión de narcopisos en el Raval y se expulsa los vecinos.
¿Y cuál es su sello de identidad?
Tenemos algo muy increíble que es el pequeño comercio y las asociaciones de tenderos. Siempre hemos encontrado con los pequeños comercios un aliado. Nosotros hemos vivido también de la buena vecindad. Nos tenemos que abrir a la gente que viene de fuera. Pasamos de tenerles miedo a convertirlos en aliados. Barcelona ha sido siempre una ciudad acogedora. ¿Lo sabremos hacer ahora? ¿Nos atrevemos a invitarlos? Es también una oportunidad. La buena vecindad no se ve, es silenciosa, pero está.
¿Cuál es aquel servicio que te gustaría destacar de la Fundación Roure?
Hay un servicio que tenemos desde hace un año y medio y es el proyecto Vivir y convivir, que hemos rescatado desde la Fundación Roure. Se trata de alumnos universitarios que comparten vivienda con personas mayores que viven solas. Aquí luchamos contra una lacra social que es la de la soledad y esto afecta a todos, los que tienen y no tienen dinero. Es un intercambio también intergeneracional. Actualmente tenemos 80 parejas, pero prevemos un fuerte crecimiento.
Pero disponéis de mucha más oferta.
Tenemos una escuela de salud que lideramos con otras instituciones del barrio por la prevención de enfermedades de gente mayor. Esta escuela es para ellos y para sus cuidadores. Muchos de sus formadores son los médicos de cabecera. También tenemos una lavandería social, una tienda solidaria, un centro de día para personas mayores, un comedor social para familias, un servicio de duchas, un taller de costura. Cada día unas 550 personas quedan atendidas por los servicios de la fundación.
¿Cuál es la principal lección que has aprendido de las personas mayores?
Tengo muchas, pero hay una que me impactó especialmente. La de una mujer que acompañamos al final de vida, con una hija que hacía 30 años que no veía. Se había deshecho de un pasado negro, pero al último momento, ella, sabiendo que se tenía que morir nos pidió localizar a su hija. Nos dice que la espera y que le ha guardado cosas que la harán contenta. Localizamos a la hija, pero ella se negó.
Aquello me afectó, pero cuando le comenté a aquella madre que no vendría, ella simplemente me respondió: “Es normal, ¡tiene tantas cosas que hacer! Si le puedo ahorrar este trance también lo entiendo. Soy su madre y yo hasta el último día de mi vida quiero cuidar de ella. Dile que yo me marcho tranquila y que la quiero”.
Para mí aquello es una lección de vida. Aquella señora ejerció de madre hasta el último día. El amor todo lo excusa.