Ya denominada como “la epidemia del siglo XXI”, la soledad no deseada afecta a la salud y a la mortalidad y hace mella, sobre todo, en nuestros mayores
Durante la pandemia se registró un aumento de noticias sobre este problema de salud pública, pero, ¿Cómo se ataja el problema? Expertos de diversas disciplinas ofrecen soluciones
Existen muchos tipos de soledades. Unas son mejores y otras peores. Por ejemplo, cuando la elegimos, la soledad resulta enriquecedora y favorable para nuestro desarrollo personal. Pero, cuando nos la imponen, la cosa cambia radicalmente. No es lo mismo querer estar solos que sentirnos solos. La diferencia es clara: la soledad deseada la marca el individuo, la no deseada es ajena y circunstancial. Por eso, no tiene nada que ver, vivir solo con estar solo o en aislamiento social (se tienen mínimos contactos con otras personas) o sentir soledad no deseada: la percepción de que nuestras propias necesidades sociales no están cubiertas, ni en cantidad ni en calidad, por las relaciones sociales que tenemos. O dicho de otra manera: sufrimos soledad no deseada –ya apodada como ‘la epidemia del siglo XXI’– cuando las relaciones que tenemos son menores y peores que las que desearíamos. Y esto es algo que afecta, en mayor medida, a las personas mayores.