Araceli Vallejo, jubilada de 64 años y vecina de Sant Celoni, ha pasado un último año «muy triste». Ha visto muy poco sus nietos, sobre todo los dos que viven en Barcelona (los otros dos viven en Sant Celoni), a causa del confinamiento comarcal. «Además, mi padre tiene 96 años y me hacía pena que los últimos años de su vida fueran así», explica. Pero el estado anímico de Vallejo ha cambiado hace poco más de un mes, concretamente desde que se vacunó contra el coronavirus. «Estoy más contenta y mucho más tranquila. Me ha disminuido mucho la angustia de antes. Estoy con ganas que todo el mundo se vacune». Ya puede ir a buscar sus nietos en la escuela sin «riesgo» de contagiarse. En julio, su padre, el bisabuelo de los pequeños (también vacunado), cumple 97 años y Vallejo quiere celebrarlo con toda la familia.

El caso de Vallejo ejemplifica como se sienten gran parte de los que ya han sido vacunados contra la Covid-19, la enfermedad que acorrala el mundo desde hace un año. Todavía no hay datos científicos sobre como la inmunización está mejorando la salud mental de quienes ya tienen la punzada, pero la sensación de los médicos de primaria en sus consultas es que está siendo así.

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