Autor: Arturo Pérez-Reverte

Entro en mi sucursal bancaria de toda la vida, que es una oficina pequeña situada en un barrio de Madrid –cada cual tiene sus lealtades– y veo a Manolo, el cajero, atendiendo en la ventanilla a una señora embarazada, a Pepe, el director, recibiendo en su minúsculo despacho a un matrimonio de cierta edad, y a Paco, el único empleado, explicándole a una abuela cómo recuperar un fondo de pensiones. Me quedo de pie, pues no hay dónde sentarse, esperando turno mientras observo la paciencia con que los tres encargados de la oficina –en treinta años los han reducido de una docena a los tres de ahora– atienden a los vecinos; y cómo éstos, muchos de avanzada edad, se dirigen a ellos como si fueran de la familia, con una confianza enternecedora, seguros de que están recibiendo las mejores explicaciones y consejos posibles de aquellos a quienes confían sus ahorros, inquietudes y esperanzas. Su humilde presente y su incierto futuro.

Miro alrededor y me pregunto cuánto va a durar. Durante cuánto tiempo los vecinos del barrio, la gente trabajadora y de condición modesta, y sobre todo los de más edad, podrán todavía situarse ante esos tres rostros amables, conocidos, en los que confían para gestionar sus cuentas. La rapacidad y codicia de las grandes firmas bancarias, su despiadada búsqueda ciega de beneficios a toda costa, lleva tiempo liquidando estas pequeñas sucursales, esos reductos donde la humanidad todavía es factor decisivo. Donde el cliente encuentra un rostro, una conversación, un consejero y a veces un amigo.

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