Seguramente todos estaríamos de acuerdo en que una de las costumbres más vacíos -y que, además, practicamos cada día y por compromiso- es pedirle a un desconocido como está. En la gran mayoría de casos el desconocido contestará: “Bueno, voy haciendo. Y tú?” Todos somos el interrogador en algunos momentos del día y el interrogado en otros. Pero si algo compartimos todos es aquella fría y distante sensación que queda en el cuerpo, durante unos segundos, después de estas huelgas microconversaciones a las que nos abocamos en nombre de la amabilidad. Y siempre contestamos que estamos bien, porque decir que estamos mal no está permitido, no está bien visto porque incomoda, porque obliga a nuestro interlocutor a abandonar la frialdad de la conversación ya comprometerse con ellos: a implicarse de verdad en la preocupación.

Hemos creado una sociedad en la que nos autoimponemos la excelencia, y en la que funcionamos a través de mecanismos que raramente nos permiten mostrar sentimientos abiertamente. 

Fuente: Diari ARA

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