Solo 286.000 personas han registrado sus voluntades médicas. Los expertos lo achacan a falta de información, trabas o tabúes con la muerte.

El enfermero francés Vincent Lambert lleva 11 años tetrapléjico y en estado vegetativo, situación que él no desearía cuando estaba consciente, según argumenta su esposa, enfermera como él. Pero no firmó un testamento vital que aclare si en esas condiciones ha de ser mantenido con vida.

Por lo tanto, Vincent permanece en el centro de un litigio judicial que enfrenta a sus padres, que quieren que siga viviendo, y a su esposa y otros familiares, que desean que le sea retirada la alimentación y la hidratación para que muera. El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo acaba de dictaminar que se suspenda el aporte nutritivo. Los padres han apelado. Ocurra lo que ocurra, él no habrá decidido.

El testamento vital es esa hoja de ruta para que los médicos sepan cuando deben parar sus tratamientos. El sello que garantiza morir como se desea morir y un derecho regulado en España en 2002 por la Ley de Autonomía del Paciente. Casi dos décadas después no llegan ni a 300.000 las personas que han formalizado este documento, un nimio 0,6% de la población. ¿Cuáles son las razones para no planificar un tramo vital al que todos estamos abocados?

Fuente: El País

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