Diseñador del Circuito Cataluña Montmeló

A pesar de que ya hace algunos años que está jubilado, Jaume Nogué (Barcelona, 1945) sigue teniendo su agenda muy apretada. Ahora la tiene más a mano incluso que cuando trabajaba, porque la lleva en el bolsillo, dentro de su teléfono móvil. “Los tiempos cambian y hay que adaptarse”, reconoce antes de empezar la entrevista.

El ingeniero y padre del Circuito de fórmula 1 Cataluña y también el artificio de más de cincuenta proyectos de circuitos en todo el mundo hace tiempos que ha dejado atrás el mundo de los planos y de las reuniones con sus clientes, pero la pasión por el motor lo sigue acompañando.

¿A qué edad tuvo su primera moto?

Compré mi primera moto a los 18 años de edad y por necesidad. Entonces daba clases particulares de matemáticas, física y química a estudiantes y para llegar de una casa a la otra el tranvía era demasiado lento. La moto fue una solución perfecta. Así pude impartir más horas de clase.

¿De dónde le nació la afición del motor?

De una necesidad profesional se acabó convirtiendo en una afición. Empecé de muy joven a participar en rallis y cursas y entré a formar parte del Real Moto Club de Cataluña, del que posteriormente acabaría siendo presidente durante bastantes años.

Usted fue el ingeniero que diseñó el circuito de Cataluña. ¿Cómo llegó este proyecto a sus manos?

Yo entonces estaba a la comisión deportiva del Real Automóvil Club de Cataluña (RACC), donde entonces formaban parte de su Junta Directiva en Miquel Arnau y en Salvador Fàbregas, este último entonces presidente de la entidad. Cómo ya conocía el mundo del motor a raíz de formar parte en el Real Moto Club de Cataluña y tenía un gabinete de ingeniería y arquitectura, me plantearon diseñar un circuito de Fórmula 1 en Cataluña. Entonces sólo era una idea, un proyecto.

Pero apostó fuerte.

Recuerdo que cuando llegué al despacho lo comenté a mis socios y se quedaron parados. Pero después de aquel salto al vacío nació la valentía, la osadía de cualquier emprendedor. Pero también tengo grabadas las palabras que dije cuando me hicieron la propuesta: “No se preocupen, los prometo que en un año yo sabré de circuitos más que nadie en todo el mundo”, los aseguré.

Y así fue. Invertimos cantidad de tiempo. Nos gastamos mucho dinero visitando instalaciones en todo el mundo, para conocer a fondo como estaban hechas y diseñadas para profundizar en los detalles más insignificantes y dejarnos aconsejar por sus explotadores. Después de un año habíamos aprendido mucho y mucho. Era en 1976. Y en aquel impás empecé a proyectar un circuito para Albacete, encargo que nos surgió a raíz de la propuesta de Cataluña.

¿Montmeló fue la primera ubicación que se planteó para el circuito?

Antes hubo doce o trece ubicaciones previas. Fue un camino largo. La finca de Montmeló me llegó a través de una propuesta de la Federación Catalana de Automovilismo. Me hizo llegar el sobre de los planos al despacho e inmediatamente identifiqué la zona, cogí la moto y subí los últimos metros de la finca donde todo eran campos y dónde ahora hay el estadio, a pie.

Una vez allí telefoneé a Sebastià Salvadó, entonces miembro de la Junta Directiva del RACC y quien posteriormente presidió la entidad, que se acercó y me hizo la gran pregunta: “¿Tú crees que aquí cabría?”. “Creo que sí”, le respondí. Y así empezó la historia.

¿Qué puso de usted en aquel proyecto?

Pasión, trabajo, horas, todas las ganas del mundo y mucha ilusión.

A raíz del circuito de Cataluña empezaron a surgir otros proyectos.

En total proyecté más de doce proyectos, algunos se consolidaron y otros no. De entre los consolidados destacan los de Valencia (Cheste), Navarra (Los Arcos), Albacete (La Torrecica), Cataluña (Montmeló), Huelva (Monteblanco), Bilbao (Urbano) y el Circuto Galego de Velocidade (Cerceda). Fuera de España hemos hecho circuitos en Rusia (Yaroslav), Argentina (Buenos Aires) e Isla Mauricio.

¿Qué era su sello con los circuitos?

Cuando lo diseñábamos me imaginaba corriendo. A menudo cuando ya tenía el trazado al ordenador veía una curva que había diseñado yo mismo y siempre me venía un sexto sentido, que no podría explicar qué era, que me obligaba a pedir una modificación. Cerraba la curva, justo con el cierre que yo veía adecuado. Y aquello siempre me funcionó.

Antes de abrir el circuito al público, el primero que lo probaba en coche y moto era yo. Y habitualmente solo. Quería comprobar que todas aquellas sensaciones que yo había tenido al diseñarlo eran ciertas.

¿Ahora que ya está jubilado, como se mira el mundo del motor?

Me lo miro con un buen recuerdo, como una etapa de mucha responsabilidad, esfuerzo y sufrimientos. Con estas obras los pilotos se jugaban la vida. A mí esto me hacía mucho miedo y me daba una responsabilidad interior muy fuerte. Cuando acababa la carrera, a pesar de disfrutarla, sé que había perdido kilos. Antes mi vida era aquello, ahora es otra. Y hay que saber vivir el que toca en cada momento.

¿Qué siente cuando va en moto?

Me siento libre. Sientes el viento, la lluvia, el frío y estás plenamente integrado con la natura. Y la moto te da un punto de emoción y de riesgo, muy diferente al coche.

¿Dejará algún día de subir?

He tenido catorce motos a lo largo de mi vida y todavía voy, pero ahora más cordura. ¡Y que dure! Cuando se haya acabado, se habrá acabado. Disfruto mucho yendo en moto y también sigo las cursas del motor. ¡Me sigue gustando mucho! Si me invitan a un circuito voy, pero no para vivirlo desde la tribuna.

¿Qué es ahora el motor de su vida?

Mi motor en la vida es hacer felices a los demás. Mi prioridad es mi familia y los nietos, también los amigos.

¿Ahora como se plantea la vida?

Ahora doy valor a muchas cosas que antes no daba. Al trabajo yo llegaba antes que nadie, porque disfrutaba y mucho. Ahora disfruto leyendo el diario, con tranquilidad y calma, y hay un día a la semana que lo dedico a mis nietos y me encanta estar con ellos. Antes esto habría sido inviable. Con todo, sigo teniendo mi espacio propio, porque esto es clave.

¿Cómo le gustaría envejecer?

No quiero dar trabajo a nadie y quiero ser consciente que he sido querido.

¿Cómo os mantenéis activo?

No he hecho excesos. Pero en todo hay que ser consciente de los límites de cada cual. Me gusta disfrutar de los pequeños momentos con los míos y me ocupo desde hace años de gestionar el patrimonio familiar. Me mantengo con salud y sigo vinculado al Rotary Club para contribuir a proyectos solidarios por el resto de personas, pues mantengo la teoría de que ser feliz es hacer felices al resto.

¿A su edad le ha quedado algo para hacer?

¡Y tanto que sí! Una persona muere cuando pierde la ilusión. Tengo una lista de hitos para hacer antes de morir, que hemos elaborado conjuntamente con los míos. Compartir cosas y tiempos, hacer planes y proyectos a plazo, unos meses complejos otros mes sencillos como ir a pasear tranquilamente por la ciudad. Y esto lo tendría que hacer todo el mundo.

¿Le da miedo la muerte?

No me da miedo. El que no quiero es sufrir. Para mí la muerte me seduce, tiene un cierto atractivo, porque sé que me encontraré con personas a quienes he querido mucho y ya no están. Me sabría mal morir con la caja vacía en el sentido inmaterial. Quiero pensar que he vivido y he hecho vivir.

¿Cómo le gustaría ser recordado?

Como una buena persona.

¿Qué recomendación haría a alguien de su misma edad?

Hay que ser honesto consigo mismo. No nos podemos autoengañar, porque ya no tenemos 20 años de edad. Tenemos que hacer lo correspondiente a cada etapa de la vida, pero manteniendo el empujón y hacer actividades, a pesar de que trabajar ya no nos toca. No entiendo la gente que se aburre.