Cuando aparece el dolor es para avisar que algo va mal dentro del organismo, pero cuando se convierte en crónico puede perder su sentido protector y convertirse en un problema en sí mismo, provocar malestar y dificultar la autonomía.

Según la Organización Mundial de la Salud el dolor crónico se ha convertido en una epidemia, la epidemia silenciosa del siglo XXI, puesto que sus consecuencias para la calidad de vida de la persona que sufre son importantes.

Las quejas de dolor aumentan con la edad y muchos problemas de salud habituales de este ciclo de la vida cursan con dolor, como las afecciones musculoesqueléticas, cancerosas y cardiovasculares. Existe el dolor agudo y el dolor crónico. El dolor agudo dura menos de seis meses y desaparece cuando el problema que lo ha causado termina (fracturas, infecciones, etc.). El dolor crónico se instaura más de seis meses y su solución no es previsible, pierde su función protectora y puede llegar a ser más invalidante que la misma enfermedad, es prevalente en las personas mayores, se asocia a enfermedades crónicas y predispone a la aparición de pérdida de autonomía y a la aparición del síndrome de inmovilidad. Los dos tipos de dolor pueden coexistir en la misma persona.

Se recomienda:

  • Identificar la causa del dolor porque a veces el dolor enmascara situaciones de angustia, soledad y depresión. La persona se siente enfadada con ella misma porque no está bien y necesita ayuda, cosa que agrava el malestar y el dolor.
  • Valorar los cambios en la vida de la persona desde que tiene dolor, como la limitación del movimiento, la pérdida de autonomía para las actividades cotidianas, la aparición de ansiedad y depresión, la disminución de contactos con familiares y amigos y la actuación para rehacer su actividad.
  • Combinar el tratamiento farmacológico y el no farmacológico (acupuntura, masajes) para controlar el dolor y disminuir la dosis del fármaco y, por lo tanto, los efectos secundarios.
  • Utilizar el mínimo de fármacos posible, empezando con dosis pequeñas y elevándolas con precaución, haciendo un seguimiento y una evaluación de la eficacia del tratamiento farmacológico, puesto que los fármacos utilizados pueden provocar importantes efectos indeseables.
  • Utilizar diferentes técnicas complementarias no invasivas (técnicas de relajación, visualización y meditación, etc.), que ayudan a tener pensamientos positivos y a mitigar el dolor. Si el dolor aumenta o aparecen irritaciones en la piel se tiene que interrumpir la técnica utilizada.
  • Conocer y utilizar programas de educación para la persona afectada por el dolor y sus familiares que incluyan estrategias para mantener la calidad de vida: actividades que motiven y distraigan como gimnasia, conversaciones, terapia de la risa, bailes, etc.
  • Adaptar el entorno físico y social de la persona que sufre dolor para minimizar los efectos nocivos y asegurar que sea tranquilo.