La mayoría de las personas mayores duermen más que en otras etapas del ciclo vital (más de diez horas), un porcentaje más pequeño duerme menos de cinco horas diarias y las siestas son más habituales.

La transformación de los hábitos sociales causada por la jubilación y la reducción de las responsabilidades sociales y laborales inciden directamente en la calidad del sueño. Dormir es una cuestión de bienestar, los hábitos de dormir y reponer son muy variables de una persona a otra, es un concepto bastante subjetivo y, por lo tanto, es importante evaluar la calidad. Las alteraciones del sueño no forman parte del envejecimiento normal.
Los trastornos del sueño más comunes que se pueden dar son: la apnea del sueño, que es una afección caracterizada por episodios de suspensión temporal de la respiración mientras se duerme; y el síndrome de las piernas inquietas, que es una sensación extraña en las piernas que hace que la persona las tenga que mover para aliviar el malestar y provoca que duerma mal y esté más somnolienta durante el día.

La alteración del sueño más habitual es el insomnio, que se caracteriza por la dificultad de coger el sueño, despertarse más durante la noche, despertarse muy pronto y tener la sensación que las horas dormidas han sido insuficientes. En una persona mayor puede ser motivo de hospitalización. Las causas que provocan insomnio son de diferente índole: enfermedades, dolor, ansiedad, efectos secundarios de medicamentos, dormir mucho durando el día, ser más sensible a los cambios ambientales, necesidad de levantarse para orinar, etc. Las consecuencias de un reposo inadecuado son: fatiga, apatía, irritabilidad, dolor de cabeza y problemas de visión, de concentración, de coordinación y de equilibrio.

El confort es una condición necesaria para propiciar el sueño.

Conseguir este confort en casa puede ser más fácil que en un centro. Algunos medicamentos (como los diuréticos), sustancias como la cafeína, una enfermedad pulmonar obstructiva crónica y las situaciones de estrés pueden alterar el ritmo normal de sueño.

Se recomienda:

Las recomendaciones van dirigidas para modificar los hábitos incorrectos y propiciar un sueño satisfactorio.

Algunas medidas para evitar el insomnio y minimizar el impacto son:

  • Informar de los cambios normales del sueño en el envejecimiento para diferenciarlos de las alteraciones patológicas y promover medidas de higiene del sueño.
  • Evitar, en la medida que se pueda, obsesionarse con la dificultad de dormir porque puede incrementar el insomnio.
  • Modificar los malos hábitos que se puedan haber adquirido con el tiempo utilizando técnicas de higiene del sueño es la alternativa terapéutica menos agresiva que consiste en mejorar los aspectos de la vida diaria que pueden afectar el descanso nocturno. Se pueden poner en práctica estrategias para mejorar el sueño como: usar la cama sólo para dormir, evitar las siestas frecuentes, hacer actividad física cada día (pero no antes de ir a dormir) y evitar sustancias estimulantes por la noche (alcohol, cafeína).
  • Utilizar técnicas de relajación, visualización, etc.
  • Utilizar plantas medicinales como valeriana, melisa o tila.

La terapia farmacológica es la más utilizada.

Las personas mayores utilizan muchos somníferos de forma repetida. Esto puede acabar siendo contraproducente. Si son necesarios es interesante utilizarlos sólo de manera temporal.

Se pueden combinar terapias farmacológicas y no farmacológicas para conseguir resultados más satisfactorios.